Consideremos el ejemplo de
una comunidad “X”, donde la gente tiene
lazos de vecindad fuertes y consistentes, que requieren que los vecinos
respondan sin ninguna duda a la petición de sal, herramientas, dinero, comida o
incluso consejos, y que a cambio, la gente se sienta libre de pedir a sus
vecinos tal tipo de asistencia. Cualquier individuo, por tanto, en esa
circunstancia será tanto prestatario como prestamista. El rol que juega cada
vecino está claro y existe acuerdo en cuanto a sus especificaciones y
exigencias.
Analizemos un segundo ejemplo, comunidad “Y”, donde
existen expectativas igualmente sólidas sobre lo que los vecinos deben o no
deben hacer, pueden o no pueden pedir y dar. Pero esta vez el contenido de las
relaciones esperadas es totalmente diferente. Fuera de los saludos corteses y
las reuniones formales se espera de la gente que se atenga a su intimidad, se
ocupe de sus propios asuntos y se mantenga fuera de los asuntos de los demás, y
que no dé ni pida favores. Además se espera que todos contribuyan al mantenimiento
del nivel social y físico no armando demasiado ruido, manteniendo limpias y
arregladas las instalaciones comunes y observando las normas de conducta
social.
La diferencia entre estas dos concepciones se halla en el
contenido de lo que se espera de los buenos vecinos. Ser un buen vecino depende
de la importancia que se asigna a cada rol; lo que un buen vecino debe hacer
depende de valores y preferencias específicas. En ambos ejemplos la versión
particular de lo que un vecino es o debería ser está firmemente establecida y
les parece correcta a sus miembros.
Mientras que cada grupo se atenga a su intimidad, las
cosas irán más o menos sobre ruedas. El problema aparecerá su un individuo de
la comunidad “Y” se encontrara viviendo en una comunidad “X”. Entonces, casi
con toda probabilidad, considerará a sus vecinos increíblemente intrusos,
chismosos y entrometidos. Ellos a su vez, lo encontrarían, con toda
probabilidad distante, estirado, egoísta y antipático. Si el individuo de “Y”
decide continuar viviendo allí, una o ambas partes tendrán que hacer algún tipo
de esfuerzo para cambiar su conducta. Si no consiguen hacerlos así, el
individuo de “Y” no se sentirá feliz en su nuevo ambiente y la gente de “X” le
considerará un vecino indeseable.
Estos ejemplos son significativos porque sugieren que el
tipo de relaciones vecinales que hallamos en un área refleja normalmente los
conceptos establecidos como cultura comunitaria y de lo que se espera o que
haga un buen vecino. Por tanto un buen vecino no es necesariamente una persona
amistosa o agradable, sino aquel que está alineado con las expectativas del rol
que debe jugar según las normas no escritas de la comunidad en la que vive y
que a lo largo del tiempo se han ido consensuando y que no están mínimamente documentadas.